EL ROBO DE ARTE SACRO EN TEMPLOS MEXICANOS: UN DELITO QUE PUEDE PREVENIRSE.


Por Comunicación Social publicado 2019-12-21



POR: MTA. RITA SUMANO GONZÁLEZ
El Colegio de México
En nuestro país, las iglesias, capillas y demás templos religiosos católicos constituyen importantes centros de socialización. Estas edificaciones y los bienes muebles contenidos en ellas son relevantes para aquellos que profesan la religión, pero independientemente de su valor espiritual, también son centros de socialización donde se llevan a cabo bodas, bautizos, conciertos, fiestas patronales, ferias, charlas, retiros, visitas turísticas, etc. Son monumentos, parte de nuestro entorno, marcadores en el paisaje, hitos arquitectónicos, testigos de nuestra historia, fuente de identidad regional y motivo de orgullo nacional.

En términos legales, la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos (LFZMAAH), emitida en 1972, considera que “Los inmuebles construidos en los siglos XVI al XIX, destinados a templos y sus anexos; arzobispados, obispados y casas curales; seminarios, conventos o cualesquiera otros dedicados a la administración, divulgación, enseñanza o práctica de un culto religioso (…)” así como “los muebles que se encuentren o se hayan encontrado en dichos inmuebles (…)” son “monumentos históricos”, propiedad de la nación, inalienable e imprescriptible. En otras palabras, los recintos religiosos de factura anterior al año 1900 y los bienes contenidos en ellos, no se deben alienar (vender o transferir) y la posesión del Estado sobre ellos nunca prescribe (LFZMAAH, 1972, Art. 27 y 36).

En esa misma ley, el Art. 2 establece que es el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) el organismo que tiene la obligación de velar por la conservación, investigación y difusión de la enorme riqueza contenida en nuestras iglesias. Sin embargo, es frecuente que el INAH no llegue a todos los lugares donde debiera, que esté falto de presupuesto o no disponga de personal suficiente para cubrir los numerosos sitios que deberían estar bajo su resguardo. Frecuentemente, es la población la que se organiza para dar mantenimiento a los recintos religiosos a través de comités presididos por un mayordomo o fiscal principal, designado por el pueblo con base en su probidad, honestidad y reconocimiento dentro de la comunidad. El fiscal suele compartir la responsabilidad del cuidado de la iglesia con los miembros de su familia o su gente más allegada y en algunos sitios, se designa a una persona o familia para cuidar de una pieza, sea pintura, platería o escultura. Las obligaciones y términos en que estos “custodios” cuidan a su iglesia varían según los usos y costumbres de cada población, la extensión del templo, el tipo de devoción, etc.

Aunque la organización cambie, existe un continuo que define a todos estos tipos de socialización: su profundidad histórica. Varios siglos articulan a las poblaciones con sus creencias religiosas, por lo que el pasado tiene una relevancia central en la acción social presente y en las expectativas futuras. No se trata solamente de una devoción a Santa Rosa de Lima -por poner un ejemplo-; se trata de un vínculo histórico, espiritual e identitario con una Santa Rosa de Lima particular que está en un templo específico. Los objetos contenidos en las iglesias (pinturas, esculturas, platería, textiles, acabados arquitectónicos, mobiliario, instrumentos musicales y demás) son un vehículo entre las poblaciones y su pasado.

Paradójicamente, la riqueza y profundidad histórica de nuestras iglesias las hace susceptibles a varios riesgos, el más frecuente de ellos es el robo, pues la originalidad y belleza de muchos objetos litúrgicos hace que tengan un valor de mercado elevado. Tristemente, el robo de arte sacro en México es mucho más frecuente de lo que creemos, y muchas de esas piezas terminan en el extranjero, en galerías, casas de subasta, museos y colecciones privadas. La cifra oculta en este delito es alta (pues suele no denunciarse), pero se tienen datos oficiales que aseguran que entre el año 2000 y 2015, se presentaron 349 robos en recintos religiosos, que despojaron a las comunidades de 1077 objetos, entre esculturas, pinturas, platería y otros. Esto se traduce en un promedio de 6 objetos robados de nuestros templos cada semana, a los que debe sumarse una cifra oculta aún mayor (1115100031615, 15 de junio de 2015).

Al suscitarse un robo, el agravio que siente la población es elevado. Tras la ausencia del objeto de su devoción, la gente dice sentirse profundamente triste, desorientada, culpable de no haber sabido cuidar su templo y de no haber apreciado a los objetos cuando se les tenía. También puede llegar a señalar y culpar al mayordomo o comité a cargo, creándose divisiones y rencillas, y al presentarse otro tipo de desgracias en la localidad, se le suelen atribuir a la ausencia del santo. Cuando el ladrón es hallado en flagrancia, los sentimientos de indignación pueden llevar a la población al linchamiento, pues el robo constituye una acción desencadenante que agravia los valores sociales y las normas culturales de la comunidad (Gamallo, 2013:128).

A menudo, las poblaciones de origen se sorprenden al enterarse que su objeto devocional puede tener un valor económico más allá de su valor simbólico y espiritual. En este sentido, existe un latente conflicto entre la forma en que una comunidad otorga o interpreta su patrimonio cultural como algo valioso, y la forma en que este mismo objeto se descontextualiza para asignársele un valor de mercado. Mientras que para la comunidad una escultura es objeto de devoción, orgullo e identidad; para el llamado “mercado del arte”, el valor radica en su belleza o potencial decorativo, en su autenticidad y precio. La ausencia de un objeto devocional agravia también a la investigación y el estudio del pasado, pues se descontextualiza al monumento, se impide una lectura iconográfica completa del recinto y se le despoja de una parte de su historia.

Una vez que ha sido robado un objeto de arte sacro, el camino hasta su recuperación es arduo y tardado, y llegan a pasar décadas antes de que siquiera pueda ser ubicado. Muchos factores obstaculizan las investigaciones y la procuración de justicia y aquí no tendremos suficiente espacio para abordarlos, pero baste decir que la falta de catálogos institucionales, la falta de capacitación de algunas autoridades y la poca armonización de las leyes de países “consumidores” de bienes culturales con la legislación nacional y los convenios internacionales en la materia, hacen que recuperar y/o repatriar un monumento histórico mueble sea verdaderamente complejo. Por esto, como habitantes, ciudadanos, feligreses y mexicanos, debemos virar nuestra atención hacia la prevención del delito. Dejo en las siguientes líneas algunas recomendaciones básicas para prevenir el robo en recintos religiosos, extraídas de la experiencia y de los manuales de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura -UNESCO- y del Consejo Internacional de Museos -ICOM- en la materia (Thefo, 2012; ICOM, Object ID).

  1. Hacer un inventario. En caso de robo, para poder recuperar la pieza, resulta indispensable contar con una fotografía que demuestre fehacientemente que el objeto estaba al interior del templo, por lo que es fundamental que todos estén registrados con fotografías de buena calidad y descripciones precisas. El inventario debe incluir la ubicación del objeto, sus medidas máximas, fotografías de detalles, descripción de materiales y características particulares como firmas, fechas y signos de deterioro. Es importante revisar cada cierto tiempo que las cosas sigan estando en su lugar y tener varias copias del inventario en distintos formatos y lugares. También, mantener el templo limpio, ordenado y sin acumulaciones, facilita que se pueda identificar rápidamente si algo ha desaparecido.
  1. Hacer un análisis de riesgos. Por un momento, debemos pensar como ladrón y preguntarnos: ¿Es este objeto valioso? ¿Sería fácil robarlo? ¿Es fácil acceder al recinto por puertas, ventanas o por el campanario? ¿Cuándo tiene el templo menos vigilancia? ¿Qué tanto están comprometidas las autoridades religiosas con la preservación del recinto? ¿Dónde podría esconderme al interior de la iglesia? ¿Qué objetos podría llevarme con mayor facilidad?
  1. Trazar un plan de protección. Una vez identificados los riesgos, éste debe considerar los siguientes puntos:
  • Reforzar puertas y ventanas por las que se pudiera entrar al templo cuando no está siendo vigilado y cerrar los lugares en donde se pudiesen esconder los ladrones durante el día (como los confesionarios o retablos).
  • Adoptar medidas disuasorias que eviten que los objetos puedan ser fácilmente tomados de donde están, como mantener las cosas pequeñas bajo llave o en vitrinas, o fijar objetos a mesas y retablos. Esto último, debemos hacerlo con métodos no invasivos y que respeten la estabilidad de las piezas.
  • Reforzar la vigilancia. Idealmente, un templo debería estar vigilado las 24 horas por voluntarios o personal capacitado, pero sabiendo que esto no necesariamente es posible, debemos crear la impresión de que siempre se encuentra alguien custodiando. Se pueden organizar rondines de vigilancia, instalar circuitos de videocámaras, alarmas o luces con sensores de movimiento. Se puede poner música suave para reforzar la idea de que hay gente presente o un timbre que avise cuando alguien entra o sale. Asimismo, debemos cuidar de no dejar escaleras cerca de bardas o del campanario y mantener un control de quién tiene y cuántas copias hay de las llaves del templo.
  • Controlar y comunicarse con los visitantes. Puede hacerse por medio de señales o avisos que indiquen cuáles son las reglas de visita: cuál ruta deben seguir, si están siendo videograbados, si deben guardar silencio, si está prohibido comer, usar flash, etc. Al encontrarnos con algún visitante, conviene saludar cordialmente de forma que quede claro que se les ha visto e identificado. De ser posible, no permitir la entrada al templo con bultos grandes y en horarios durante los cuales no exista vigilancia.
  • Hacer un plan de difusión. Es importante que los líderes religiosos, la población en general y las autoridades locales estén conscientes del valor patrimonial de los objetos contenidos en los templos. Por medio de carteles, conferencias, folletos o avisos explicativos se puede llevar a cabo esta labor e invitar a la población a mantenerse alerta y reportar cualquier actividad sospechosa con la autoridad local.
En caso que se suscite un robo, las horas que le siguen son cruciales para poder recuperar el objeto. Si nos encontramos con la escena del crimen, debemos procurar no tocarla ni alterarla, pues datos como huellas dactilares, de zapatos, objetos olvidados y hasta colillas de cigarros podrían ser relevantes para la investigación. Recordar si se vieron personas, vehículos o sucesos extraños en torno al templo en los días anteriores pueden ser datos muy útiles para ubicar a los culpables. Por supuesto, habrá que tener a la mano el inventario, pues con este se podrá identificar el objeto robado y, si todo sale bien, recuperarlo.

Es necesario apuntar que el robo de monumentos históricos muebles es un delito federal, por lo que es fundamental presentar una denuncia directamente ante la Fiscalía General de la República (FGR), que es la que persigue este tipo de delitos a través de su Unidad Especializada en Investigación de Delitos contra el Ambiente y Previstos en Leyes Especiales (UEIDAPLE). Si se denuncia ante un Ministerio Público del fuero común, es posible que éste no sepa cómo atender el caso; si se da aviso al sacerdote pensando que éste va a poner la denuncia, debemos considerar que se han dado casos en donde es el propio párroco el que propicia el robo; si se advierte al INAH, es posible que se tomen tiempo para presentar la denuncia, tiempo que es crucial para poder recuperar el objeto y atrapar a los culpables. La denuncia ante FGR puede hacerse vía correo electrónico, presencial o incluso vía telefónica, y puede ser anónima.

La protección del patrimonio cultural mexicano debe ser una labor de todos y un compromiso con las generaciones venideras. Como habitantes, ciudadanos y feligreses, debemos tener en cuenta que jugamos un papel central en la protección de nuestros recintos religiosos, y que medidas sencillas pueden reducir sustancialmente el riesgo de que sufran un robo.
 
Referencias
Gamallo, Leandro. (2013). Los linchamientos en México: una tipología posible, Vázquez y Aibar (coords.), Procesos políticos de América Latina. Una lectura crítica del neoliberalismo, México: FLACSO, pp. 17 – 47.
 
International Council of Museums. Object Identification (Object ID). Recuperado de http://archives.icom.museum/object-id/index_span.html
 
Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, Diario Oficial de la Federación, México, 6 de mayo de 1972.
 
Solicitud de Información Pública 1115100031615 (15 de junio de 2015). Recuperado de www.infomex.gob.mx
 
Thefo, Stéphane (2012), Securing Heritage of Religious Interest, París, Francia: UNESCO- Interpol.

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Finalmente Camilo Arenas de Colombia, presenta un análisis de la forma en la cual están trabajando los Parlamentos Hispanoamericanos en tiempos de Covid, momento histórico que plantea nuevos desafíos en el uso de las tecnologías en las democracias modernas.
 
En este décimo tomo de Humanismo y Sociedad, buscamos presentar ejemplos sobre la aportación que se está haciendo desde la sociedad civil organizada a los grandes temas en el México de hoy, así como los cambios y embates que las instituciones democráticas están sufriendo en estos tiempos en América Latina.
 
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MENSAJE DEL PRESIDENTE | TOMO 10

PorJUAN FRANCISCO AGUILAR publicado 2020-09-04 En

Al momento de escribir este mensaje, hay más de 55,000 muertes por Covid en México. Día con día se actualizan los datos oficiales en la conferencia del Subsecretario López Gatell, los Secretarios de Salud de los Estados rinden su propio informe y Google tiene un contador que actualiza la información de manera permanente. Invariablemente, los datos son diferentes.
 
Desde los gobiernos de los Estados se ha manifestado que las cifras presentadas no corresponden con las que ellos reportan, identificándose un desfase de hasta tres semanas y un sub registro de casos y fallecimientos en todo el territorio nacional.
 
La cantidad de contagios, de personas hospitalizadas -por lo tanto de camas disponibles- y de muertes se han convertido en un recuento automatizado, presente en el discurso diario de gobierno y en el de los medios de comunicación.
 
El 10 de agosto, cuando había 53,003 mexicanos muertos, el Presidente en su conferencia criticó el conteo de personas fallecidas que hacen los medios de comunicación, en el que se señala el lugar mundial que llevamos en el número de decesos, en el que se ubica a nuestro país en este tema, para al final, decir que esto es muy lamentable (el conteo, no las muertes) y explica lo que a su parecer es la razón de las críticas: “no les gusta el cambio”.
 
Esta frase resume la postura que el gobierno ha tomado al momento de asumir responsabilidades por el fracaso en la estrategia de salud frente al Covid, frente al desabasto de medicamentos para niños y niñas con cáncer, frente a los años más violentos en la historia del país, en suma, frente a todo.
 
Esa postura indolente, que no asume responsabilidades, que no muestra capacidad de escucha y de toma de decisiones para cambiar el rumbo frente al fracaso, se ha convertido en un signo característico de este gobierno.
 
Esta incapacidad para corregir es una negligencia que día a día cobra vidas.  Lo que manifiestan al minimizar el conteo en el número de personas contagiadas y fallecidas, es que ven números, no nombres. Se les olvida que cada uno de los números que tanto les molesta que se sigan incrementando es un mexicano o mexicana, que son miles de familias en duelo.
 
Desde aquí envío mis condolencias a las familias de todos y todas aquellas personas que ya no están por esta terrible tragedia que estamos viviendo. Sirva también como modesto homenaje a las y los panistas a quienes extrañaremos. A las mujeres y hombres del país que se han ido en un corto tiempo por esta enfermedad. Recordamos sus nombres, son irremplazables.

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